En
la vida de los místicos el "amor"
es el criterio fundamental para establecer la autenticidad de
cualquier experiencia mística. A menudo resulta dificil establecer
exactamente si una "experiencia mística" culmina en este
amor. Además, en la valoración de las experiencias concretas, no
siempre es necesario llegar a unas delimitaciones claras. Pero en su
tendencia, la directriz de la experiencia mística hacia el amor
tiene que ser clara para que pueda reconocerse en ella la mística de
Dios. San Juan de la Cruz nos da en este sentido algunas indicaciones
concretas. A menudo en el Cántico
espiritual nos
repite: "Porque,
como ya he dicho, la visión de Dios es aquí amor".
En las últimas estrofas de explicación del Cántico
espiritual, san
Juan intenta mostrarlo en la disociación entre el amor (que a pesar
de ser gracia se contrapone al hombre) y la experiencia de
iluminación (que se le da al hombre por Dios). En el amor el místico
puede alcanzar el vértice del encuentro con Dios, mientras que en la
"experiencia" de este vínculo con Dios sigue siendo un
hombre mortal, todavía en peregrinación hacia Dios y por
consiguiente incapaz de alcanzar el fin supremo:
"En la transformación del alma en ella hay conformidad y visión beatífica de ambas partes, y por tanto no da pena de variedad en más o en menos, como hacía antes que el alma llegase a la capacidad de este perfecto amor... Lo cual acaece en el alma que en esta vida está transformada con perfección de amor, que, aunque hay conformidad, todavía padece alguna manera de pena y detrimento; lo uno, por la transformación beatífica, que siempre echa menos en el espíritu; lo otro, por el detrimento que padece el sentido flaco y corruptible con la fortaleza y alteza de tanto amor"
(Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 39. 14, en Vida y obras, o. c.)
El místico
llegará a la cima, mientras que en la experiencia, y por tanto en la
percepción de la cercanía de Dios, el hombre sigue estando en
peregrinación durante su vida terrena.
(Tomado de Mística Cristiana de Josef Sudbrack)
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