lunes, 23 de junio de 2014

"Teología Mística" de Dionisio Aeropagita




Para los que estudiamos la Mística o para aquellos que sólo les provoca curiosidad este tema es importante conocer que existe un pequeño tratado que ha ejercido una enorme influencia en el desarrollo de la mística; me refiero a la "Teología Mística" de Dionisio Areopagita. Dionisio es una figura un poco misteriosa del siglo VI, una teológo cuyo nombre es desconocido y que escribió con este pseudónimoAlgunos estudiosos del tema afirman que su tratado es la base de la mística cristiana. Yo, como soy un aficionado al tema, sólo me atrevo a resaltar la gran influencia que ha tenido en las obras posteriores. 

¿Por qué escondió su nombre y escogió este pseudónimo? El mismo Papa Benedicto XVI nos lo aclara el 14 mayo 2008 durante la audiencia genera, dedicada a presentar la figura del Pseudo-Dionisio Areopagita. "hay dos hipótesis sobre este anonimato y sobre su pseudónimo. Según la primera, se trataba de una falsificación, a través de la cual, fechando sus obras en el primer siglo, en tiempos de san Pablo, quería dar a su producción literaria una autoridad casi apostólica. Pero hay una hipótesis mejor que ésta --que me parece poco creíble--: quería hacer un acto de humildad. No quería dar gloria a su nombre, no quería erigir un monumento a sí mismo con sus obras, sino realmente servir al Evangelio, crear una teología eclesial, no individual, basada en sí mismo. En realidad logró elaborar una teología que ciertamente podemos fechar en el siglo VI, pero no la podemos atribuir a una de las figuras de esa época: es una teología un poco "desindividualizada", es decir, una teología que expresa un pensamiento y un lenguaje común".

Dicho tratado nos habla de Dios por la vía de silencio. Para su autor, la palabra Teología es sinónimo de Biblia, hablar con y de la Palabra de Dios; y Mística el descubrimiento del Misterio. Sin duda alguna su lectura cautiva a todo aquel que su mirada va más allá del horizorte de este mundo. 

"... Queda el alma abismada, sin palabras, encantada, y al volver a la tierra su mirada exclama: ¡Nada! Nada como aquello, nada se le parece, es el Inefable. Yo niego que lo mejor de este mundo se pueda comparar con aquel Bien. No, no me digan palabras que no alcanzan la Verdad. Déjenme en silencio cantar sus alabanzas".

"... Pero procura que no escuche estas cosas ningún profano; me refiero a quienes se contentan con los seres y no se imaginan que hay algo superior supraesencialmente a los seres, sino que creen que con su razón natural pueden conocer al que puso "la oscuridad por tienda suya" (Sal 17,12). Y si la iniciación en los misterios divinos les supera a éstos, ¿qué podríamos decir de los que son aún más ignorantes, aquellos que describen a la Causa suprema de todos los seres valiéndose de los seres más bajos que existen, y afirman que Ella no es superior en nada a los impíos y multiformes ídolos que ellos se inventan?"

"... Decimos, pues, que la Causa de todo y que está por encima de todo no carece de esencia ni de vida, ni de razón ni de inteligencia, que no es cuerpo ni figura, ni tiene forma alguna, ni cualidad, ni cantidad ni volumen. No está en ningún lugar, no se la puede ver ni tocar. No siente ni puede ser percibida por los sentidos. No sufre desorden ni perturbación debido a las pasiones terrenales, ni le falta fuerza para poder superar accidentes sensibles. Ni está necesitada de luz. No es ni tiene cambio, corrupción, división, privación, ni flujo, ni ninguna otra cosa de las cosas sensibles. 

Y ascendiendo más, añadimos que no es alma ni inteligencia, no tiene imaginación ni opinión ni razón ni entendimiento. No es palabra ni pensamiento, no se puede nombrar ni entender. No es número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni desigualdad, ni semejanza ni desemejanza, ni permanece inmóvil ni se mueve, ni está en calma.

No tiene poder ni es poder ni luz. No vive ni tiene vida. No es sustancia, ni eternidad ni tiempo. No hay conocimiento intelectual de Ella ni ciencia, ni es verdad ni reino ni sabiduría, ni uno ni unidad, ni divinidad ni bondad, ni espíritu, como lo entendemos nosotros, ni filiación ni paternidad ni ninguna otra cosa de las conocidas por nosotros o por cualquier otro ser. No es ninguna de las cosas que no son ni tampoco de las que son, ni los seres la conocen tal como es, ni Ella conoce a los seres como son. No hay palabras para Ella, ni nombre, ni conocimiento. No es tinieblas ni luz, ni error ni verdad. Nada en absoluto se puede negar o afirmar de Ella, pero cuando afirmamos o negamos algo de las cosas inferiores a Ella no le añadimos ni quitamos nada, pues la Causa perfecta y única de todas las cosas está por encima de toda afirmación y también la trascendencia de quien está sencillamente libre de todo está por encima de toda negación y más allá de todo".

Benedicto nos sigue instruyendo cuando nos dice: "Creo que es la primera gran teología mística. Es más, la palabra "mística" adquiere con él un nuevo significado. Hasta esa época para los cristianos esta palabra era equivalente a la palabra "sacramental", es decir, lo que pertenece al "mysterion", sacramento. Con él, la palabra "mística" se hace más personal, más íntima: expresa el camino del alma hacia Dios". 

Si leyeran "Subida del Monte Carmelo" de  San Juan de la Cruz, místico del siglo XVI, entonces caerían en la cuenta  de la gran influencia que ha ejercido el tratado del Areopagita. Comprenderían  que el Doctor carmelitano no toca temas nuevos, la gran habilidad del fraile resulta en ensanchar los margenes y dar riendas sueltas al enorme caudal de la tradición contemplativa y filosófica. Ojala estas líneas provoquen una sed por la lectura de los clásicos espirituales que, de seguro, dejaran honda huella en ustedes.


sábado, 21 de junio de 2014

La Mística: camino Ecuménico

   


   La palabra ecuménico se deriva del griego oikoumene, que significa toda la tierra habitada. Tradicionalmente en la Iglesia Católica la palabra ecuménico designa un concilio general o universal de la Iglesia, pero también se usa para designar el movimiento en favor de la unidad de las religiones. No pretendo desarrollar un exhaustivo análisis sobre sobre el ecumenismo en favor de la unidad entre diferentes confesiones cristianas y no cristianas, sus implicaciones e importancia, pues mi motivación principal consiste hacer ver la mística como camino ecuménico.

   El místico es la persona que saborea a plenitud la vida divina y como vive una vida saturada del amor quiere transmitir su experiencia a los demás. Él, atesora para sí una forma de conocimiento que no se aprende a través del estudio teológico, más bien su íntima vivencia enriquece y aclara los esfuerzos de la teología. El místico siente el amor, como fuego abrazador que le contagia, le abraza, le inflama y le hace propagarse; pues la mística es la experiencia de la madurez espiritual.

 En siglos pasados se consideraba místico a  aquel que sujeto a estructuras eclesiales y dentro de ellas, vivía integrado sólo a la vida espiritual. Hoy día, vemos como el concepto se ha ampliado y encontramos a los místicos de hoy afanados en la vida pública. El amado quiere compartir su experiencia y ésto le hace salir a las calles, y mucho más allá, a las callejuelas, a los suburbios donde a gritos se reclama el amor, para transmitir su íntima vivencia. Santa Teresa de Jesús, mística española del siglo XVI, nos comparte que en el proceso espiritual, toda persona que experimenta la unión con Dios se desvive por trabajar en favor de los demás. "Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor". 

   La mística es un fenómeno religioso universal, podemos encontrar míticos en cualquier denominación cristiana y no cristiana. Todas las religiones proponen al hombre una unión más profunda y un contacto más íntimo con lo divino. Todo creyente vive en una actitud de escucha y de aceptación; en su seguimiento, la unión mística, es un sendero más profundo que le anima en su caminar. La mística, por tanto, es un fenómeno transcultural. 

   En el siglo III d.C., el filósofo Plotino en su tratado Eneadas, escribió: “Frecuentemente me despierto a mí mismo huyendo de mi cuerpo. Y, ajeno entonces a todo lo demás, dentro ya de mí mismo, contemplo, en la medida de lo posible, una maravillosa belleza. Creo sobre todo, en ese momento, que me corresponde un destino superior, ya que por la índole de mi actividad alcanzo el más alto grado de vida y me uno también al ser divino, situándome en él por esa acción y colocándome incluso por encima de los seres inteligibles…” 

   Albert Einstein también nos dice: "La más bella emoción que podemos tener es la mística. Es la fuerza de toda ciencia y arte verdaderos. Para quien esta experiencia resulte extraña es como si estuviera muerto. Saber que existe lo que para nosotros es impenetrable, manifestándose como la más alta sabiduría y la más radiante belleza, que nuestras pobres facultades sólo pueden entender en sus formas más primitivas -este conocimiento, esta sensación- está en el corazón de nuestra religiosidad".

   Moisés, el padre de los creyentes, que sigue a Dios presente en la nube y guía al pueblo hacia la tierra prometida; con él hablaba Yahvé cara a cara como habla uno con su amigo (Dt 34,10). Su experiencia nos dice que la unión con la divinidad no se realiza sólo por el acercamiento a lo sagrado (la experiencia de la zarza ardiendo); sino también en el asumir el reto del día a día. Siempre tendemos sacar a Dios de nuestras luchas y de ubicarlo en un lugar determinado de culto; para luego, más tarde, clamar para que venga en nuestra ayuda. Lo real es que Dios camina con nosotros y nada de nuestra humanidad le es ajeno. El místico recibe un conocimiento esencial de sí mismo y una experiencia de lo inefable. Algo imposible de traducir en palabras, pero de lo que no hay duda es del potencial sanador que ofrece ésta experiencia y el sentimiento universal que se experimenta. Quienes lo viven, ya no volverán a ser nunca los mismos, porque se sienten personas nuevas, renovadas, transfiguradas y desean que todos vivamos la experiencia de estar engolfados de Dios.






jueves, 19 de junio de 2014

"Arrástranos tras ti, corramos" Ct 1, 4



















En la historia de la espiritualidad podemos apreciar que ésta ha intentado desarrollarse fuera de la sexualidad. El asceta trataba de olvidar todo lo referente al tema. Hoy día, no parece aceptable una experiencia espiritual válida si no contiene, de alguna forma, la sexualidad. 


El asceta de hoy debería ser instruido incluso sobre la forma en que Cristo vivió su sexualidad. Sabemos que Jesús desarrollo una amistad con varias mujeres; que convirtió a Magdalena y a la samaritana; otras fueron curadas de enfermedades; algunas de ellas le habían seguido y presenciaron su pasión en la cruz. Sin temor a equivocarnos podemos decir que Jesús cautivó a las mujeres que le rodeaban y que éstas le admiraban con devoción: tuvo predilección por María, que permaneció en contemplación escuchando sus palabras; por Marta, que se afanó en agasajarlo con sus atenciones; tributó alabanzas a Magdalena, la cual, trató su cuerpo. Hoy día, muchos nos sentimos prendados por la persona de Jesús, cuánto más lo deberían estar los que le conocieron y le siguieron.

Algunas personas se han escandalizado al conocer el simbolismo erótico de los místicos; la visión de su sexualidad y su relación con Jesús. Algunas personas consideran que entre los místicos la terminología erótica es un simple lenguaje alegórico, puramente literario, ajeno por completo a la sexualidad; un lenguaje literario no experimentado en sentido psicológico. Yo respeto dicha opinión, pero no comulgo totalmente con dicho pensar. Los míticos hablan de sus experiencias personales y éstas no son fruto de la imaginación, en su relación con Jesús se manifiesta su sexualidad.

La sexualidad es una actitud personal comunicativa, y Jesús supo utilizarla para estrechar relaciones de amistad, para expresar su profunda afectividad y para dar testimonio de su intimidad de amor con el Padre. La virtud de su sexualidad fue palpada por sus contemporáneos que pudieron experimentar su humanidad. En los santos contemplamos una sexualidad integrada que florece y llega a la madurez. La misma Santa Teresa, que fue una persona muy afectiva en su trato con los demás, nos habla muchas veces de su manera de relacionarse con la Sacratísima Humanidad de Cristo y de la importancia de encontrar el rostro humano de Jesús y dejarnos seducir por Él.

Hoy día, la sexualidad, constituye un punto de suma importancia en la espiritualidad del cristiano desde esta perspectiva espiritual.